martes, 12 de enero de 2016

Crítica ~ The Revenant.

The Revenant o el peor intento de DiCaprio por ganar un Óscar hasta el momento.


Ficha técnica:
Director: Alejandro González Iñarritu.
Producción: Steve Golin, Keith Redmon, David Kanter, Alejandro González Iñárritu, Arnon Milchan y James Skotchdopole.
Guión: Alejandro González Iñárritu y Mark Smith.
Fotografía: Emmanuel Lubezki.


Seamos sinceros, lo que Iñárritu nos presenta es otro producto más del Wéstern ortodoxo con trama universal de venganza e idea controladora de redención. Típico a más no poder y que se queda atrás frente a películas como Unforgiven (Clint Eastwood, 1992) o  la reciente The Homesman (Tommy Lee Jones, 2014). Que sin ser obras de arte, logran imponer su mensaje de forma mucho más agresiva y creíble en un entorno tan salvaje como lo es el medio oeste americano.

Ahora bien, la película tiene muchos puntos destacables como son la fotografía, el control de cámara durante los planos secuencias —Recordemos de qué director estamos hablando— y la puesta en escena en general que, sin ser revolucionaria dentro del género, logra imponer un aura propia y plasmar ritmo al metraje... quizá sea éste su principal problema. Y es que la ambientación está tan bien lograda con esa combinación inhóspita de colores apagados y música de suspense ambiental matizada con la violencia natural del entorno que casi te puedes creer que lo que está ocurriendo es real; casi puedes sentir el dolor de DiCaprio o la misantropía de Tom Hardy. Por un instante la película te hace creer que The Revenant será distinta a todas las películas de Wéstern que hayas visto. Y no es así. En realidad, es incluso peor por cuanto intenta esconder sus carencias de guión con exposición barata.

La técnica de utilizar planos secuencias para exprimir hasta el último aliento de humanidad valiéndose del entorno como otro personaje es algo que ya habíamos visto, ¿sabes dónde?, así es, en Birdman (alejandro González Iñárritu, 2014), pero en Birdman, a diferencia del largometraje que hoy nos reúne, funcionaba. Existen dos razones que marcan una diferencia crucial entre el mensaje de ambas obras y el cómo lo transmiten:

Primero, como ya dije tenemos un Wéstern con identidad, que en lugar de mostrarnos indios en carpas puntiagudas entonando canciones y a la espera de un protagonista perdido al cual brindarle su sabiduría espiritual, nos desbancan con una tribu salvaje que no tiene problemas en robar y matar para asegurar su subsistencia. Y esto solo por dar un ejemplo. Las dosis de realismo no se quedan en la información que se nos brinda sino en el cómo se nos brinda; en la crudeza de las muertes, en la indiferencia ante la vida humana y, sobre todo, en el paisajismo más lóbrego que he visto en mucho tiempo. Birdman hacía algo similar pero desde el punto de vista teatral (no me explayaré demasiado en este tema) y al final toda esa parafernalia tenía sentido porque se nos contaba una historia original, con un mensaje y unas formas que estaban a la altura de su ambiciosa presentación. En The Revenant no tenemos nada parecido.

Hugh Glass es un protagonista típico —Es bueno porque es bueno y nadie lo supera haciendo lo que sea que esté haciendo—. Le vemos caer, levantarse, soñar y vengarse, pero nada de esto se queda con nosotros porque no nos vale para nada, es más de lo mismo. ¿A quién coño le importa que lo haya atacado un oso, sufra la muerte de un ser querido y aun así tenga la fuerza para levantarse y seguir?. Bien, vale, yo no lo haría, pero conozco otros veinte héroes de películas, libros y videojuegos que no solamente lo harían sino que terminarían la película cuarenta minutos antes. En Birdman se exponía una crítica a la crítica y al sistema de consumo de entretenimiento como no se había visto nunca en el cine, y aquí se nos presenta a un hombre que encuentra a Dios en el amor de su familia y la absolución al perdonar al prójimo... qué original.

The Revenant está inspirada en el libro homónimo de Michael Punke que a su vez está inspirado en un hecho real. REAL. Estamos hablando de un pobre desgraciado que realmente fue vapuleado por un oso para después ser abandonado a su suerte en mitad del bosque. Pero Iñárritu nos hace perder el tiempo, desvariando entre flashbacks de carácter oníricas que terminan por cansar y secuencias de acción que nos subrayan a todo color y con señales de neón que nuestro protagonista es invencible y no tenemos nada que temer. Por si todo esto no fuera suficiente, ¡Madre de Dios!, ¡El arco narrativo no alcanza a su desenlace lógico!. La moralidad toma el guión a la fuerza y lo exprime en un suspiro de agonía que termina por resultar inverosímil. Porque sí, se nos muestran escenas —Demasiadas donde la codicia antepone la autodestrucción y vemos a Hugh cavilando entre deshumanizadas máquinas de matar, pero es que también vemos a Hugh perderlo todo y levantarse con el único propósito de vengarse y no se escatima en recursos de guión: desde escribir en la nieve hasta ver morir a un amigo pasando por las interminables escenas de dolor físico. Todo eso para que el mensaje más sutil sea predominante en una batalla a navajazos. ¿En serio, Iñárritu?. ¿EN SERIO?.

¿Recuerdan hace como tres párrafos que les dije que había dos diferencias importantes?, bien, aquí va la segunda: lo sutil. Iñárritu es un tipo que suele ser sutil al momento de transmitir la idea dominante y en Birdman funcionó porque, aunque los personajes hablaban mucho, lo importante siempre se mantenía expectante, hasta el punto en que el guión se describía a sí mismo como filosofía barata, parodiando la charlatanería que escondía su objetivo principal de exposición y que se nos deja ver claramente sólo al final de la película. En The Revenant ese clímax perfecto nunca llega y de alguna forma triste era algo predecible. A mitad de película se hace notar que Iñárritu no está en su elemento, que las películas Wéstern son demasiado salvajes para él y que mientras nos muestra osos arrancando tajos de piel o cabezas atravesadas por flechas, las ideas principales no están ni cerca de tener ese nivel de impacto. Hablamos de disonancia entre las ideas y la exposición de las mismas. ¿De qué sirve un entorno tan hostil y realista si de todas formas voy a tener a un protagonista inmortal que no cumple lo que dice, secundarios que mueren por una flecha en la rodilla, damiselas en apuros, indios que como sea salvan el día y una redención pseudo-mesiánica que he visto cientos de veces?.


¿Leonardo se llevará su tan esperado Óscar?.

Pues espero que no y ya no es por tirarle mierda a la película, pero muchas personas confunden el trabajo duro con una buena actuación, y son cosas que ni van de la mano ni tienen relación. Vale que se comió un hígado crudo, vale que tuvo que soportar el frío y las fuertes condiciones de trabajo... ¿Y qué?, ¿Cuándo se le ha dado un Óscar a un doble por soportar peores tratos que ése?. Una buena actuación es aquella que sobrepasa a lo que dice o hace el personaje, es darle multidimensionalidad a las acciones sin dejar de pensar como lo haría el personaje. En The Wolf of Wall Street (Martin Scorsese, 2013) Leonardo se merecía un Óscar, pues se le veía cómodo en su personaje. Sin distracciones físicas podía dar el todo por el todo y brindar una personalidad consumista al tiempo que culpable. Y no quiero decir que en esta ocasión sea culpa de Leonardo brindarnos una mala actuación. Es que el guión exige que Hugh esté dolido todo el tiempo, ya sea corporal o emocionalmente siempre parece aquejado por algo, ¡pero ése es el problema!, que siempre está aquejado por algo, nada más, y la actuación de estar siempre dolido supone un reto tan grande que es distractor, lo que nos presenta a un personaje plano y siempre dolido. En pocas palabras: cuando Hugh quiere vengarse, quiere vengarse; cuando a Hugh le duele la garganta, le duele la garganta; cuando a Hugh se le da la oportunidad de ser el héroe, es el héroe. Es predecible y su actuación no aporta nada más a lo que podríamos tener con, por ejemplo, la descripción de un buen libro, por lo que los numerosos sacrificios de DiCaprio son más algo anecdótico que artístico.

Si tuviera que elegir a mi favorito sería sin dudas John Fitzgerald interpretado por Tom Hardy, que sin tantos manierismos logra plasmar una mezcla de odio y miedo en su personaje hasta ser sorprendente en ocasiones. Tan solo con ver sus ojos abiertos como platos mientras su boca escupe las mentiras más abyectas. Eso sí es un personaje multidimensional. Uno que tiene miedo al mismo tiempo que odia, que se siente defraudado mientras todavía sueña con escapar de un mundo muerto. No es perfecto, pero sabe jugar bien sus cartas.